lunes, 9 de febrero de 2009

POR QUÉ AMAMOS A LISBETH SALANDER

Los libros de Larsson no son buenos literariamente: por momentos parecen una guía de turismo, a ratos te parece que ya has leído la descripción de una cámara de los horrores como la que aparece en el primer libro; hay personajes que aparecen una vez y no vuelven a aparecer (la hija de Blomqvist, por ejemplo); no hay ninguna presencia de totalidad en los diferentes capítulos.
En cuanto al personaje de Lisbeth, no podemos decir que sea simpática, ni cariñosa; no se sabe qué mosca le puede picar y desaparece. Pero nos engancha, no podemos dejar de leer sus aventuras ni para ir al baño. ¿Qué tiene esta chica escuchimizada para que nos encante pensar que ojalá fuera real y pudiéramos tenerla de amiga? Pues yo pienso que es porque Larsson nos hace identificarnos con ella; y nos hace identificarnos en lo siguiente: todos los seres humanos hemos sufrido alguna vez en nuestras carnes la injusticia, el abuso de poder de los más fuertes y, del mismo modo en que muchos niños cuando otros niños se meten con ellos, para defenderse les dicen: "ten cuidado conmigo porque yo tengo poderes", o nos comentan que les hubiera gustado decir a los que le maltrataban: "soy el Niño Jesús", a ver qué cara ponían; o bien les gustaría poder recurrir a algún primo de Zumosol para vengarles, pues nosotros nos identificamos con la flacucha de Lisbeth cuando consigue dar su merecido a los grandes —por cierto, algunos grandísimos, como uno de los personajes del segundo y tercer libro. Lisbeth se defiende hasta el final y también es solidaria con quien sufre como ella la injusticia.
Nunca había deseado tanto ser hacker como en los últimos días. Y nadie ha dicho que no lo logre algún día. Quizá entonces pueda dar su merecido a algún que otro poderoso. Fiat.