martes, 13 de abril de 2010

NO SON LAS MUJERES LAS QUE MATAN AL PADRE

El segundo volumen de Millenium verá hacia su final a una Lisbeth que acaba de descubrir el escondite de su padre, el ex-espía, matón, proxeneta, asesino Zalachenko, y con la confianza en sí misma que le conocemos se lanza a matarle. Su intención no es vengarse del daño que infligió a su madre, o a ella misma, sino en el más puro estilo salanderiano, es decir, realmente eficaz, quiere suprimirlo para que deje de hacer daño: muerto el perro, se acabó la rabia.
Si Larsson hubiera sido mujer, hubiéramos visto a Lisbeth logrando ese cometido y marchándose después de la casa del padre sin temor ni temblor: ese no era su padre porque padre no es el que pone el espermatozoide, ni el que se carga hasta al apuntador para conseguir ser el amo, sino el que renuncia a algo para que el hijo o la hija tiren para alante. No era el caso de Zalachenko, desde luego.
Pero Larsson era hombre y un hombre se pasa la vida entera y dedica todos los resquicios de su inconsciente a intentar superar a su padre. No digo que Larsson lo hiciera, sino que al ser hombre piensa como hombre. Bueno, algunos más sanos renuncian a ese imposible (porque un hombre puede ser más guapo, más listo, más alto que su padre y eso no hace que lo supere, porque nunca dejará de ser su padre). Freud lo planteó hace mucho tiempo en su "Totem y tabú": los hombres envidian al padre-amo y quieren sus privilegios, así que sus hijos (varones) se ponen de acuerdo para cargárselo. Freud coloca este mito como origen de la ley, ya que a partir de asesinarlo, los hermanos han de ponerse de acuerdo para evitar que ese lugar de amo vuelva a ser ocupado por nadie. Asumirán a cambio que cada uno limite su poder. Se dirán entonces: "No habrá amos, pero yo tampoco lo seré". Fue una renuncia importante para el progreso de la humanidad, que ahora los Gürtels intentan revocar intentando ser el que más se forra.
En la época mítica de la que habló Freud, las mujeres pintaban muy poco. Por eso en su escrito aparecen sólo como siendo almacenadas por el padre-amo que las poseía a todas y, a partir del asesinato del padre, cada una pertenecerá a un hombre y hala, aleluya, aleluya, cada uno con la suya. Desde luego ellas no andaban mucho mejor con los hijos que con el padre, pero sobre todo lo de matar al padre no era cosa de ellas. Otro día diré por qué.
Me preguntaba por qué Lisbeth que es tan lista y tan astuta para no dejar nada al azar, no se da cuenta de que Zalachenko tiene alma de espía y tiene su casa más vigilada que la Casa Blanca. Este fallo no es propio de una Lisbeth. Os propongo una hipótesis: el dejarse atrapar por Zalachenko es lo propio de un hombre que sabe que va a matar al padre y se siente culpable. Lisbeth no es un Macbeth que tenga que hacerse pillar como consecuencia de la culpa.
Es éste uno de los pocos lugares de la trilogía donde para mí está claro que el autor es un hombre. Otro lugar: cuando Lisbeth salida de la tumba consigue asestar un hachazo en plena jeta a Zalachenko, si la autora fuera mujer le habría matado: a eso iba y eso hace. A Larsson le tembló el pulso y lo dejó con vida.
Al final el que se murió fue él...

1 comentario:

Ellie dijo...

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